lunes, 7 de febrero de 2011

De donde viene el kirchnerismo?

KIRCHNERISMO Y REGIMEN
SEMICOLONIAL (II)

I- LA NATURALEZA DEL MOVIMIENTO KIRCHNERISTA.
Ciertos análisis sostienen que hay dos tendencias en el seno del kirchnerismo: una
que tiende a conciliar con el régimen (Alberto Fernández, Scioli, etc.) y otra,
“nacional-popular” o ”setentista”, más enfrentada al stablishment. Creo que la
primera tendencia no existe como tal. Se trata más bien de personalidades sueltas
que de una corriente, dirigentes que se posicionan de manera similar ante
determinados acontecimientos y no más, como lo revela el hecho de que la
defenestración del primero y las sucesivas humillaciones del segundo se hayan
producido sin causar mayor alboroto al interior del kirchnerismo. De todas
maneras, de ser la de estos funcionarios una tendencia, no hay dudas que es
absolutamente minoritaria y muy tenue. La tendencia hegemónica vendría a ser
con mucho la segunda, de manera tal que Kirchner no fue un jefe que ejerciera el
referato entre dos alas de su movimiento, sino el conductor de la segunda ala que
es casi la totalidad del kirchnerismo. De manera tal que una caracterización del
movimiento que encabezó el Pingüino debe hacerse a partir del discurso y sobre
todo de la praxis política de esta segunda tendencia (o tendencia única, es decir:
no-tendencia) y de su jefe indiscutido. Se añade que la segunda tendencia también
tiene aspectos no-progresivos, como la falta de una política hacia las
FuerzasArmadas y su oposición a que la vanguardia obrera se saque de encima el
chaleco burocrático.
Estos aspectos son reales, pero habría que matizarlos, uno en más y otro en
menos. En más: en lo que respecta a las Fuerzas Armadas, más que una falta de
política pareciera haber una política contra ellas, lo que implica una renuncia a
desarrollar una ideología nacional (nacionalista popular) en el Ejército y las otras
armas. Esto deja un vacío que irremediablemente será llenado por el liberalismo,
cuyo redesembarco se ve facilitado por esa inclinación fatal de la progresía
culturosa de querer enseñar a la milicia a “respetar la Constitución”, “subordinarse
al poder civil” y otras gansadas pro-“democráticas” por el estilo. Todas formales, ya
que la “Constitución” y el “poder civil” pueden tener cualquier contenido según
cada momento histórico. Lo que debería enseñarse a las Fuerzas Armadas es qué
hizo Perón, quién fue Jauretche y quién Scalabrini Ortíz, cuál es la historiografía
que escribieron Ramos, Fermín Chávez y Pepe Rosa, cuál es la importancia del
petróleo y del Gral. Mosconi, que hicieron Baldrich, Savio y Oca Balda y otras
lecciones por el estilo. En menos: en lo que respecta a la burocracia sindical: el
gobierno kirchnerista ha pactado con el sector mejor de ella, y no con el peor
(Barrionuevo y cia.), no para apoyar de este modo la perpetuación de las jerarquías
sindicales, sino porque precisa del apoyo del movimiento obrero organizado, del
cual no se puede decir que se encuentre muy interesado en sacarse de encima a
Hugo Moyano y su gente, que tienen bastante representatividad. No veo grandes
esfuerzos oficialistas por frenar un proceso de sustitución de las direcciones
gremiales, proceso débil a su vez en la medida que la clase obrera no se encuentra
aún en un momento de alza de masas.
Un tercero aspecto negativo que enumeran estos análisis creo que no lo es: es
aquel “aspecto reaccionario” que presentaría el kirchnerismo al haber sido “la
salida que encontró el régimen semicolonial para reponerse de la crisis” (Correo
del 28/10/2000). Esta es una atribución hecha desde la exterioridad del análisis
sociológico interpretativo, una situación objetiva ajena al propio kirchnerismo en
cuanto a intencionalidad. Esta afirmación se parece demasiado a aquélla que
imputa al régimen de Lanusse el “haber traído” a Perón en el ’73 para frenar la
maduración política de las masas. Es la atribución de una intencionalidad subjetiva
a un proceso objetivo mucho más complicado, como bien explicó el propio Gustavo
en su artículo sobre la Teoría del Desvío. Pues bien: creo que acá debe utilizarse
también este instrumento de interpretación. El régimen semicolonial en manera
alguna buscó a Kirchner para que, mediante una recomposición de la relación de
fuerzas entre los grupos dominantes superara la crisis del sistema. De hecho, el
régimen buscó primero a Reutemann y a De la Sota, pero como éstos no quisieron
tomar en sus manos la brasa ardiente de aquella Argentina descalabrada, aceptó
de mala gana que lo hiciera un ignoto gobernador patagónico, una rara avis entre
simuladores y corruptos. Con singular audacia, Kirchner se puso a la tarea de
reflotar no la sociedad capitalista semicolonial argentina como objeto privilegiado
de sus desvelos, sino a la sociedad argentina sin más. De la salvación de ésta, que
es como decir de las masas populares que le agradecieron interminablemente en el
Salón de los Patriotas Latinoamericanos, resultó naturalmente la revitalización del
colectivo nacional tal como éste existía: como una nación capitalista semicolonial,
precisamente. La puntualización no es un ejercicio de exquisitez menuda. Tiene
importancia crucial, porque indica el nivel de conciencia posible de Kirchner y su
equipo político: muestra que ellos no actuaron como agentes del sistema de
dominación, sino como representantes -al menos- de la pequeñoburguesía
acorralada por la crisis y deseosa de encontrar una salida. Si ellos se hubiesen
propuesto como tarea consciente y central remendar el régimen capitalista
semicolonial como tal, NK nunca se habría convertido en un líder popular. Si lo fue,
se debe a que su conciencia política iba más allá de la mezquindad inmediata y
realmente se proponía mejorar la suerte de los argentinos de a pie, aunque con
ellos mejoraran también los beneficios y la rentabilidad de las clases hegemónicas.
La situación no le daba otras opciones, condicionado como estaba por la crisis
generalizada, por su arribo por la vía electoral que lo hacía prisionero del sistema
institucional, por el descreimiento popular en la eficacia de la política (“¡Que se
vayan todos!”) y por su voluntad de no ir más allá de un régimen capitalista con
justicia social. Para ir por más nos hubiera hecho falta un Chávez y sólo tuvimos un
Kirchner, pero no hizo un mal papel, dadas las circunstancias.
Ahora bien: la enumeración de los pro y los contra no debe evitarnos una
caracterización de conjunto del movimiento kirchnerista. Ustedes han expresado
repetidamente que “no es un gobierno de Frente Nacional”. Pero es obvio que no
es tampoco un Frente Antinacional como lo era la Unión Democrática y después el
menemismo. ¿Qué es entonces el kirchnerismo? Se ha dado una respuesta: es un
neodesarrollismo. Estoy de acuerdo con esta caracterización, pero el kirchnerismo
es algo más que un neodesarrollismo.
En una primera aproximación debemos anotar su innegable carácter popular -
fluctuante pero de masas, tal como se revela en las encuestas, en los actos
electorales y en los tres días del duelo recientes- y su inorganicidad tumultuosa.
Como dijo Eduardo Accastello, el kirchnerismo “es una construcción que desborda
el peronismo”. Lo fue desde el principio, cuando en 2003 y en los meses sucesivos,
recogió el apoyo electoral de una gran parte del peronismo, de las clases medias
democráticas deseosas de cerrarle el paso a Menem, de parte de la dirección
sindical y su entorno militante, de la intelligentzia y del empresariado. La clase
obrera lo vio con simpatía, pero no se transformó de peronista strictu sensu en
kirchnerista. Expresado desde el punto de vista de las divisas partidarias, se nutrió
con la incorporación de sectores del radicalismo, del socialismo, de la izquierda y
aún de la UCD, como en el caso de Roberto Urquía, sectores todos que la crisis de
las lealtades partidocráticas dejaba en disponibilidad. Pero ese componente, por
ser peronista y no-peronista simultáneamente, no podía ser absorbido en el
Partido Justicialista. Por otra parte, a la par de quienes adherían individualmente,
se encontraban las corrientes que se sumaban sin disolver sus propias
organizaciones: Patria Libre, Partido Comunista, parte del socialismo,
desilusionados de la gorda Carrió, Frepaso, y decenas de pequeños partidos (o
grandes, como el juecismo cordobés) en todas las provincias, además de los
organismos de derechos humanos, de las minorías antes discriminadas y otras.
Todo este gregarismo complejo y multicolor conspiraba contra la posibilidad de dar
al kirchnerismo una estructura propiamente de partido (El Frente para la Victoria
es sólo un aparato ad hoc a los fines puramente electorales). Comprendiéndolo,
Kirchner trató de articular su movimiento a través de la “transversalidad”, la
“concertación” e iniciativas semejantes, pero no tuvo éxito duradero. Se volvió
entonces a buscar el respaldo del aparato del Partido Justicialista, lo que
determinó a su vez que lo abandonaran corrientes como Libres del Sur que se
oponían a esta iniciativa y han terminado por revelar su entraña cipaya. El choque
con los grandes empresarios rurales y sus organizaciones corporativas le enajenó
las simpatías de gran parte de las clases medias rurales y parte de las urbanas
ligadas a ellas, pero le valió el apoyo de una novísima expresión de la
intelectualidad militante: “Carta Abierta”. Últimamente, logró la adhesión de miles
de miembros de las juventudes -universitarias o no-, tal como pudo percibirse en
las convocatorias de 6-7-8 y en el sepelio del jefe fallecido. Me parece importante
señalar que estas nuevas generaciones son relativamente ajenas a la tradición
peronista clásica y que han advenido a la política bajo el signo del kirchnerismo y
siguiendo sus banderas. Si se les pudiera dar un nombre a la difusa ideología de
estos jóvenes diría que es una especie de nuevo “progresismo nacional”. Su líder
no es Perón, sino Kirchner. Y por las suyas, no como heredero del General.
Ahora la presidenta Cristina Kirchner ha quedado como jefa natural del
movimiento, pero eso no lo priva, al menos en un lapso inmediato, de ese carácter
inorgánico, fluyente y –por eso mismo- extremadamente dinámico y polifacético.
Pero ¿esa composición molecular y algunas medidas populares y favorables a los
trabajadores lo hace realmente un movimiento nacional (en el sentido de
nacionalista-antiimperialista)? Recordemos previamente las principales: fin de las
relaciones carnales con Estados Unidos, hundimiento del ALCA en Mar del Plata,
nacionalizaciones de ciertas empresas de servicios, impulso al MERCOSUR y a
UNASUR, derogación de la legislación antiobrera, estatización de los fondos
jubilatorios, Asignación Universal por Hijo, impulso al funcionamiento de las
paritarias, abstención de reprimir la protesta social, recuperación de la Fábrica de
Aviones de Córdoba, trabas a la suba injustificada de los precios, protección legal a
las minorías diferentes y los inmigrantes latinoamericanos, asistencia social a los
más sumergidos, etc. Son muchas e importantes medidas, pero sin embargo, no
alcanzan para considerar que estamos en presencia de un verdadero Movimiento
Nacional al estilo del chavismo o de los movimientos de Evo o de Rafael Correa, o
una reedición del “peronismo de Perón” ya que junto a ellas y por debajo de ellas
persisten los acuerdos del Estado con ciertos sectores del capital extranjero
invertido en el petróleo, las finanzas, la minería metalífera y la gran industria
automovilística, bloque de poder con el que el kirchnerismo no ha roto ni pareciera
que va a romper y que prolonga el status de nación capitalista dependiente de las
metrópolis imperialistas que soportamos, aunque en condiciones menos gravosas
que las existentes hasta el 2003. Su proyecto político tácito se orienta a modernizar
el sistema existente y democratizar su economía y su régimen político-social
mediante la enérgica intervención del Estado. Que es bastante, pero no suficiente
para sostenerse en el tiempo sin liquidar las raíces de la dependencia. Por lo
expuesto, el kirchnerismo debe ser caracterizado como un movimiento seminacional,
y decimos Movimiento antes que Frente, por su carácter inorgánico y
fluyente que hemos señalado antes.
Así, arriesgo una definición: el Kirchnerismo es un movimiento popular inorgánico
y seminacional en construcción, hegemonizado por un sector de la
pequeñoburguesía, un producto original de la crisis y la recomposición del sistema
semicolonial y de su régimen político representativo, de la derrota histórica de las
masas a manos del neoliberalismo y del extremo grado de recolonización
imperialista del país. Es todo lo mejor que la situación histórica podía dar. En una
palabra: el nacionalismo revolucionario posible para esta época, para este país y
para esta pequeñoburguesía argentina. Lo cual no quiere decir que lo aceptemos
pasivamente: debemos empujarlo hacia delante, para que supere sus propios
límites.

II – LOS RASGOS ESENCIALES DEL “MODELO” KIRCHNERISTA.
El “modelo” kirchnerista y la política del kirchnerismo se caracterizan por al menos
tres rasgos esenciales, que a falta de nuevas categorías adecuadas –vino nuevo en
odres viejos- llamaremos Neoyrigoyenismo, Neodesarrollismo, y Personalismo no
institucionalizado.
-Empecemos por el primero, el Neoyrigoyenismo. Dice Marx en el “Prefacio” de
1859 a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, que “ninguna formación
social desaparece antes que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben
dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes
de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de
la propia sociedad antigua”. Él lo planteaba para el caso de grandes formaciones
socioeconómicas (esclavismo, feudalismo, capitalismo…) y el paso de un modo de
producción a otro, pero el mecanismo así teorizado es también una herramienta
útil para explicar el paso de formaciones o “modelos” -llamémoslos así- interiores
al sistema capitalista mismo, como la sustitución del sistema capitalista
dependiente agroexportador al sistema de industrialización capitalista sustitutiva
con soberanía en los países semicoloniales como el nuestro.
Yrigoyen llegó al gobierno por una vía electoral cuando el primer “modelo”, el
sistema agroexportador puesto a punto por la generación del Ochenta, aún
funcionaba aceitadamente (su crisis será recién en 1929/30), de manera tal que no
estaba planteada en el terreno de la realidad la posibilidad de un nuevo paradigma
industrializador autocentrado, por más que se vean atisbos en el último año de su
gobierno y en las elucubraciones precursoras del ing. Alejandro E. Bunge. De
manera tal que el Caudillo radical no se dedicó a revolucionar el régimen
económico a cuya dirección accedía, limitándose a una democratización de la
abundante renta agraria diferencial que el imperialismo se veía obligado a dejar en
el país ya que la oligarquía argentina y no las empresas extranjeras era la dueña de
los principales medios de producción: la tierra y los ganados (a diferencia de Chile,
donde el excedente era apropiado por los monopolios imperialistas dueños de la
riqueza minera). Esta circunstancia, además de la democratización del sistema
político, acuña la progresividad histórica global del yrigoyenismo como Movimiento
Nacional, no obstante la Semana Trágica y la represión en la Patagonia.
El kirchnerismo hace lo mismo con el nuevo (o segundo) sistema agroexportador
(más específicamente sojo-minero exportador) que comanda, sustentado en la
reversión del secular deterioro de los términos del intercambio: no intenta
cambiarlo por un nuevo modelo moderno autocentrado y soberano (ya que el
existente funciona perfectamente, en parte debido a la misma gestión
kirchnerista)), sino que intenta democratizar el excedente que el mismo sistema
produce. Lo hace mediante dos mecanismos complementarios: por un lado,
políticas recaudadoras activas como la de las retenciones agropecuarias o la
persecución a los grandes evasores, por ahora sin tocar el regresivo régimen
impositivo ni la renta petrolera, minera ni financiera, aunque no está descartado
un avance en estos sectores (proyecto Heller), y por el otro, una política
distributiva financiada por el superávit fiscal que eleva las condiciones de vida de la
población con la obra pública que produce puestos de trabajo, con el aumento de
las jubilaciones, con la asignación universal por hijo y con los subsidios que
permiten mantener bajas las tarifas de los servicios públicos. Se trata de una
democratización al interior del sistema, de una “justicia social” intentada sin
quebrar los fundamentos del stablishment capitalista dependiente, como dijimos.
No se cuestiona la dependencia profunda, sino la injusta distribución de sus frutos.
Esta política, con todo lo limitada que es, es históricamente progresiva en un
sentido global, porque es superadora del “sub-sistema neoliberal procesomenemista”
que nos rigió hasta principios de siglo. Considero excesiva la
afirmación de que la intervención del Estado kirchnerista “no afecta en nada el
statu quo existente”. Si así fuera, la feroz oposición de los grupos que perdieron su
posición hegemónica en el nuevo bloque de poder y sus partidos-sirvientes
quedaría sin explicación razonable. Verdaderamente, el statu quo no está en
peligro en lo esencial, pero una parte de los beneficios empresariales excesivos y
una porción de la renta agraria de sus sectores dominantes sí fueron afectados.
Hay un matiz diferencial. Digamos, para resumir en una oposición esquemática
pero demostrativa, que el “sub-sistema kirchnerista” es mucho mejor para los
sectores populares que el “sub-sistema menemista”: uno es incluyente, el otro
excluyente. Uno es la gestión de la Dependencia en favor de una elite cerrada de
terratenientes oligárquicos y grandes empresas transnacionales y el otro la gestión
que contempla también los intereses de las grandes masas. No es poca la
diferencia y los sucesos del sepelio de Néstor Kirchner muestran claramente que la
población trabajadora así lo siente, y no se engaña. Como dijo Ramos en una
ocasión: “En el mal también hay gradaciones”…
De manera que no está planteado en lo inmediato el reemplazo del sistema
capitalista dependiente por otro autocentrado y soberano porque esta formación –
renovada- no ha “desarrollado todas las fuerzas productivas que caben dentro de
ella”. En realidad, esta posibilidad surgió como una instancia concreta y factible, en
la década del sesenta y setenta, porque, tal como lo planteó la Tesis del PSIN de
1964, el modelo agroexportador dependiente restaurado en 1955 había agotado
realmente sus posibilidades de existencia. Pero por razones de orden social y
política que no desarrollaré aquí, el factor subjetivo falló y la oportunidad para
reiniciar la Revolución Nacional inconclusa pasó, haciendo posible que el
imperialismo y la oligarquía revitalizaran el sistema –sin duplicarlo exactamente,
obvio- con la impensada reversión de los términos del intercambio que apareció a
la vuelta de la esquina al iniciarse el siglo XXI. Y al parecer ésta no es una tendencia
que vaya a interrumpirse en el corto plazo: según la prognosis de los especialistas
como Peter Goldsmith, de la Universidad de Illinois, la demanda sólo de China se
incrementará incesantemente hasta el año 2.030, siendo probablemente reforzada
por la demanda de la India y otros países emergentes del sud-este asiático. A esta
transformación favorable del comercio internacional se le debe sumar aún los
beneficios extras de la agricultura argentina derivados de la continuada inversión
realizada durante el último cuarto de siglo en la esfera del capitalismo agrario. Se
comprende que no haya interés en reemplazar un Sistema que produce tan
altísima rentabilidad, pareciendo que basta con efectuar una mejor redistribución
del excedente producido, ya que la maquinaria de la Dependencia semicolonial
exportadora sigue funcionando óptimamente y lo puede soportar. Las masas no
están por ahora interesadas vitalmente en derribar esta formación económicosocial
sino en hacerle abrir la mano, vale decir: en sostener el sub-sistema
kirchnerista que se ha comprometido a hacerlo y lo está haciendo. Todos los
indicadores manifiestan que esto es así: desde el 2003 ha aumentado el número de
empleos y se han reducido la pobreza y la indigencia, ha crecido ligeramente el
salario real, disminuyeron la criminalidad, la mortalidad infantil y el analfabetismo,
se ha duplicado la inversión en educación y salud pública + asistencia social y se ha
cuadruplicado en comunicaciones, transporte y ciencia, se duplicó en cinco años el
PBI, aumentaron el superávit fiscal y el comercial y las reservas del Estado
crecieron a límites hasta hace poco increíbles. La desigualdad económica, medida
por el Coeficiente de Gini, es la más baja de los últimos dieciséis años.
Pero ahora que sabemos que todas las tendencias históricas son en algún
momento reversibles, antes de que la relación internacional entre demanda, oferta
y precio vuelva a cambiar en perjuicio de la economía del país, un proyecto
nacional responsable debería asumir este dato de la temporalidad de la actual feliz
situación para diseñar los mecanismos conducentes a una economía soberana
unida al resto de Latinoamérica, en una perspectiva socialista. El fin del ciclo,
aunque nos parezca lejano, no debe tomarnos desprevenidos: como socialistas
nacionales, debemos tener un proyecto alternativo bajo el poncho
-El Neodesarrollismo, rasgo notable en el que coincidimos muchos, está dado por
la reedición de la ilusión frondi-frigerista de desarrollar el país no en confrontación con el imperialismo sino con su ayuda. Como se recordará, Frondizi planteaba que el crecimiento económico de los países de la periferia era una necesidad de la propia expansión imperialista, que precisaba elevar, con el aumento de los niveles de vida en los países subdesarrollados, la capacidad de una demanda solvente capaz de consumir el excedente de la producción industrial metropolitana. La UCRI probó en la práctica de gobierno sus teorías económico-sociales y algo consiguió en materia de petróleo, siderurgia y petroquímica, pero nunca la independencia económica perseguida y haciendo peligrosas concesiones al imperialismo. El Kirchnerismo, sin tanta teorización, respeta las inversiones extranjeras del bloque de poder dominante y promueve o acepta otras nuevas en la creencia de que así solventará el crecimiento nacional, sin detenerse a pensar que este proceso no hará sino aumentar la dependencia, injertando aún más al imperialismo como factor interno de nuestra economía. Por suerte para el país, esta esperanza del kirchnerismo se ha visto defraudada por los potenciales socios de nuestro supuesto futuro gran desarrollo. No existen inversiones cuantiosas en los rubros dinámicos de la economía industrial. A contramano de la argentinización (pase a manos del Estado o de empresarios nacionales) de los servicios públicos alentada por el gobierno kirchnerista, no se ha puesto freno a la extranjerización en el sector productivo de la economía: los oligopolios imperialistas invierten poco en la
ampliación de sus establecimientos o en investigación, pero compran baratas
empresas nacionales, que de inmediato proceden a racionalizar anulando
centenares de puestos de trabajo. En el año 2007 las empresas extranjeras
generaron 6.112 millones de dólares -el doble de los promedios de los ’90- de los
cuales sólo reinvirtieron l.556 millones.
La industria se ha recuperado en estos siete años más por la puesta en acción de la
alta capacidad ociosa que la crisis había dejado, que por las inversiones
extranjeras, que prefieren otros rubros: petróleo, agroindustria, minería. Esas
inversiones se ven facilitadas por legislaciones y tratados bilaterales que vienen de
la época del neoliberalismo y no han sido derogados por el régimen kirchnerista Se
han prorrogado concesiones petroleras en Santa Cruz y Neuquén y no se
modificaron las leyes mineras favorables al saqueo imperialista, cuyo caso más
escandaloso es el de las compañias mineras del oro. Sin embargo, que ésta es una
tendencia que se da no sin excepciones en contrario, como cuando el gobierno -
con la ayuda de Venezuela- impidió la extranjerización de SANCOR, nave insignia
del sector lechero cooperativo. De todas maneras, en la actualidad, tres cuartos de
las empresas más importantes son de propiedad imperialista y no existe una
tendencia al crecimiento porcentual de las empresas nacionales en ese total. Por el
contrario: en 1998, de las 200 empresas más importantes, 25 eran argentinas, pero
en 2000 sólo quedaban 9 y en 2008, cinco. Digamos a favor del gobierno
kirchnerista que al menos maniobra para tratar de evitar que las inversiones
provengan de un solo sector del imperialismo, como cuando Cristina pidió a los
alemanes, el mes pasado, que “tuvieran un ojo en América Latina”. Esta política de
dificil equilibrio puede en un futuro cercano reforzarse con inversiones de “las
grandes economías asiáticas (que) están buscando seguridad alimentaria fronteras
afuera”, como escribe Javier Preciado Patiño. (China ya ha comprometido
inversiones agrícolas en Río Negro por valor de 1.450 millones de pesos para hacer
producir soja, trigo y colza en 320.000hs).
Por lo dicho, queda claro que el intentado es un neo-desarrollismo de menor
envergadura histórica que la del frondizismo, porque la construcción de un país
industrializado autónomamente centrado no figura en el horizonte posible del
kirchnerismo, más allá de sus intenciones: la extremada rentabilidad del sector
agrícola-sojero y minero, la continuada fuga de capitales y la seguridad monopólica
de los beneficios de los servicios públicos atrae los capitales que deberían radicarse
en la actividad industrial, menos atractiva y más aleatoria, y el Estado, que debería
suplir este déficit creando grandes empresas en los sectores estratégicos de la
producción industrial, es remiso en hacerlo (ENARSA es una empresa
fantasmagórica, más una oficina que otra cosa). Quedan así la industria y la
tecnificación subalternizadas frente al sector primario y exportador de la economía
nacional. De poco valen los esfuerzos por recrear desde arriba –según un estilo
Meiji de imitación- una burguesía nacional que hegemonice un “país (capitalista)
normal”, según decía Kirchner, con subsidios y negocios servidos. El porcentaje de
participación de la industria en el PBI ha crecido muy poco.
- Finalmente, el Personalismo no institucionalizado hace referencia al poder
personal del caudillo-presidente ejercido al margen de las instituciones políticas de
la República semicolonial o desnaturalizándolas en un uso que no es el esperado
por el stablishment. No hablamos de bonapartismo, sino de otra especie de poder,
que surge de una doble raíz: Una al interior del propio kirchnerismo, dada por la
necesidad de imponer orden y objetivos a un movimiento surgido repentinamente,
inorgánico, fluyente y con tendencias de diverso origen y naturaleza política, que
representan otras tantas tensiones centrífugas que deben ser disciplinadas desde
el vértice. Nutrido por sectores muy distintos, liberados de las lealtades partidarias
tradicionales debido a la crisis de representatividad del régimen partidocrático,
coinciden en propósitos muy generales y en la aceptación de una nueva jefatura
que aparece -y lo es realmente- como efectivamente mejor que la del resto de las
desprestigiadas organizaciones políticas. La otra raíz es externa y se asienta en la
disputa retorcida con el sistema de instituciones republicanas (republicanas y no
democráticas) destinadas a resguardar desde la superestructura el esqueleto
básico de la sociedad semicolonial y la necesidad de doblegarlas para avanzar. Esas
instituciones son principalmente cuatro: a) el Sistema de representación electoral
para los cargos electivos, que destruyó el anterior de la Ley Sáenz Peña, el cual
adjudicando los dos tercios de las bancas a la mayoría y un tercio a la minoría
permitía al gobierno popular contar siempre con un gran respaldo parlamentario
legitimante de sus proyectos. Con el nuevo sistema se hizo posible que los partidos
anti-populares, minoritarios en la sociedad, alcanzaran en las Legislaturas y el
Congreso una mayoría ficticia fundada en acuerdos espúreos que enervaban
cualquier iniciativa transformadora que el Ejecutivo quisiera convertir en ley; b) La
famosa “justicia independiente”, vale decir: una maquinaria judicial
autoperpetuada, cuya función –como se vio en ocasión de los amparos contra la
Ley de Medios- consiste en ignorar u hostilizar el proyecto de país de los gobiernos
populares y declarar inconstitucionales las disposiciones legales que lo plasman en
la normatividad jurídica. Como bien lo comprendió Perón –que apenas instalado en
la Casa Rosada destituyó mediante un juicio político a toda la Corte Suprema
heredada de la Década Infame- una “justicia independiente” es un absurdo
político, porque uno de los tres poderes no puede tener un proyecto de país
distinto al que las mayorías populares sancionan con su voto y/o su movilización.
La “independencia” respecto al Poder Ejecutivo no es sino la otra cara de la
dependencia que mantiene con los poderes fácticos del imperialismo y las clases
nativas que se le asocian. El Poder Judicial debe acompañar la voluntad popular y
no desvirtuarla so pretexto de “independencia” y “contralor de
constitucionalidad”. En este aspecto, se aprecia el “progresismo” suicida del
kirchnerismo al motorizar una Suprema Corte “independiente”, cuando debió
procurarse una Corte adicta, no a los detalles, pero si a las líneas maestras de su
proyecto. Por esta falencia, nos hemos encontrado con los vergonzosos fallos
cautelares a favor del grupo Clarín para que no se desmonopolice y a favor de la
Shell para que aumente libremente sus precios; c) el Federalismo feudalizante, que
destruyó, bajo el pretexto de fortalecer las autonomías provinciales, la propiedad
nacional de los hidrocarburos y la riqueza minera para atribuirla a gobiernos
provinciales siempre más débiles que el gobierno central y por tanto más
fácilmente doblegables por el imperialismo y las empresas que lo constituyen; y
por último, d) la “libertad de prensa”, que proclama la intangibilidad de las grandes
empresas propietarias de medios gráficos y audiovisuales para difamar a los líderes
populares, divulgar especies falsas, estupidizar los espíritus en la banalidad
farandulesca, vaciar el cerebro de su clientela y reprogramarlo en un sentido
favorable a sus intereses.
Para enfrentar a estos poderes institucionalizados y nimbados de prestigio
“republicano”, el líder popular no lo puede hacer aceptando las reglas propias de la
superestructura político-jurídica de la semicolonia porque sería irremisiblemente
derrotado. Y no proviniendo su poder de un mandato revolucionario auténtico
ganado en las calles y la lucha de masas, sino de una mera contienda electoral, su
única opción es embestir contra esas instituciones de un modo esquinado,
violentándolas, no acatando sus decisiones, tratando de desplazar a sus titulares
naturalmente hostiles por otros más accesibles, solicitando poderes
extraordinarios arrancados al Congreso, resistiendo las resoluciones de la
autoridad judicial, proclamando “candidaturas testimoniales”, etc., concentrando
en cada caso todas sus energías sobre el enemigo. De esta forma, la conducta del
caudillo que ocupa el Poder Ejecutivo aparece como una actividad “abusiva”,
“ilegal”, “crispada” y por tanto “despótica”. Y en gran medida lo es (aunque no en
la medida que sería menester y deseable) por la necesidad política de superar, así
sea parcialmente, los resguardos superestructurales del sistema, resguardos que
no se pueden destruir actuando dentro de su lógica implícita. Desde la perspectiva
popular, al contrario de la opinión de toda la caterva de “constitucionalistas”,
“demócratas” y “veladores de la ética republicana”, reivindicamos este tipo de
liderazgo personalista, muy propio de América Latina, porque como dijo alguna vez
Blas, en cada gran Caudillo latinoamericano hay más democracia que en cien
“instituciones democráticas” (en realidad: republicanas).
III ¿ QUÉ HICIMOS Y QUÉ HAREMOS FRENTE AL KIRCHNERISMO?
Frente al kirchnerismo como movimiento popular semi-nacional, las principales
corrientes de la diáspora de la Izquierda Nacional se han dispuesto en forma
dispar. De un modo general, Causa Popular, Patria y Pueblo y la Santos Discépolo
(Norberto Galasso) han adoptado la posición del “Apoyo Crítico”, más o menos
acentuado según cada una de ellas. El Socialismo Latinoamericano, en cambio,
acuñó la original fórmula inversa de “Crítica con cierto grado de apoyo” a las
medidas del gobierno que se estimen progresivas (GC,20/10/2010).
Esto en el nivel de la estrategia teórica. Ahora bien ¿Cómo se aplicaron en la
práctica estas diversas formulaciones? Creo que del siguiente modo, dicho
sumariamente: 1) en Causa Popular predomina una adhesión a-crítica, que poco
diferencia a nuestra corriente del Kirchnerismo de izquierda, casi una cooptación al
movimiento de Néstor Kirchner, al extremo de plantearse el ingreso al Partido de la
Victoria, no sabemos en qué condiciones; 2) la posición de Norberto Galasso –
confieso- no la conozco bien, pero me parece muy cercana a ésta, igual que la de
Federico Bernal et al, desprendidos de CP; 3) La Crítica con cierto grado de apoyo
de SL, a juzgar por el tono general de su prensa, me parece situada en el extremo
opuesto: gran severidad y hasta cierta hostilidad al gobierno kirchnerista. Falta de
empatía, diría, en términos psico-políticos; 4) Una posición intermedia parece
ocupar el grupo de Patria y Pueblo: apoyo considerable sin desmedro de una crítica
constructiva, fraterna, hecha desde la misma trinchera y con propuestas para
avanzar en la dirección correcta.
En mi modesto entender, por este último camino deberíamos rumbear todos:
sumarnos -desde una perspectiva, una práctica y una organización independientea
la gran corriente multitudinaria del kirchnerismo, interviniendo desde abajo y
desde arriba, desarrollando nuestra influencia en las bases, pero manteniendo
relaciones cordiales con las direcciones y los cuadros intermedios, aun debiendo
soportar algunas veces situaciones incómodas (“tragar algunos sapos”, como
decimos). La táctica de “trabajar desde abajo” únicamente, manteniendo una
distancia fría o hipercrítica con las direcciones reconocidas de un movimiento
popular se ha revelado infructuosa: es toda la historia de los grupos trotskistas con
el movimiento nacional peronista. Esta concepción falla por su incomprensión de
las relaciones que unen a las bases con sus dirigentes: supone una distancia de
ruptura entre unas y otras que no existe en la realidad. Las masas se sacan de
encima a sus elites burocráticas y/o corruptas en los momentos de gran ascenso
histórico, pero mientras este momento excepcional no llega, toleran a sus
dirigentes, de manera que una continuada campaña contra ellos (una tenaz lucha
antiburocrática en minoría, una moralizante campaña contra su corrupción) no
puede sino restarnos simpatías abajo. Sin contar que semejantes campañas suelen
poner en la bolsa a todos los dirigentes, sin distinguir mucho entre honestos y
corruptos, militantes o acomodaticios, leales y traidores. Es lo que hace el Partido
Obrero, por ejemplo, para quien Moyano (que luchó contra el menemismo) es
igual que Barrionuevo. Es que como dice Héctor Menéndez, veterano dirigente del
SMATA-Córdoba, “el pequeñoburgués (elemento nutricio de los partidos
estudiantiles curiosamente llamados “obreros”.RAF) odia más al burócrata que al
patrón”. Una praxis correcta, me parece, debe ser hecha según la sencilla fórmula
“por abajo y por arriba”. No podemos esperar que el movimiento popular se de
una dirección a nuestro gusto para ir a su encuentro: una casa nueva absorbe en su
construcción muchos ladrillos viejos cuando no hay otros a mano.
Concuerdo absolutamente con lo que algunos compañeros han repetido varias
veces: que debemos reconstruir un sistema de cuadros, estudiar nuestros clásicos,
actualizar nuestros análisis –no sólo ni principalmente de la coyuntura, sino de los
últimos procesos históricos a todo nivel, haciendo hincapié en los de
Latinoamérica-. Es una tarea que no debe ser hecha de modo endogámico,
digamos así, sino sumergiéndonos en la gran corriente popular, embarrándonos
con los trabajadores, los pobres, los desocupados, los estudiantes, los militantes
sindicales, los intelectuales comprometidos, las mujeres de los barrios.
Construyéndonos hacia adentro y apoyando hacia afuera al movimiento popular,
con simpatía y fraternidad, ya que la emoción y la pasión son parte importante de
la praxis política. Sin ellas, sólo (solamente) seremos analistas exteriores al
movimiento real.
Esto que digo se relaciona con la insistencia -que comparto- por articular “una
tercera opción, nacional, popular, antiimperialista y socialista”, una “posición
independiente” frente a las posiciones de la partidocracia. Comparto, como digo,
esa independencia de la Izquierda Nacional, siempre y cuando sea una
independencia teórica, práctica y organizativa y no una equidistancia entre el
kirchnerismo y la oposición -al estilo PO- porque ello implicaría desconocer al
enemigo principal o fusionarlos a ambos bajo una común etiqueta de enemigos
iguales. Y creo que a esta altura de los hechos ya no debemos dudar donde está el
enemigo principal: en la oposición parlamentaria, la partidocracia unánimemente
neoliberal, la ultraizquierda proimperialista, los grandes medios comerciales, la
Sociedad Rural y sus socios menores, los lacayos del imperialismo y otros de la
misma laya. La rosca oligárquico-imperialista, en definitiva, que desea volver atrás
a los tiempos del “sub-sistema menemista neoliberal” con sus contínuos “ajustes”
a costa del nivel de vida de trabajadores y jubilados, las “relaciones carnales” de
subordinación a Estados Unido, la entrega a precios de remate del patrimonio
nacional, la persecución al movimiento obrero, al expulsión de intelectuales e
investigadores y otras calamidades.
.Por lo demás, debemos comprender que esa ansiada independencia no debe ser
entendida como un concepto metafísico e intemporal, sino en relación a su
dialéctica con el momento político concreto: se puede mantener más o menos
gallardamente en momentos de cierta calma en la lucha de clases, porque en
aquellos momentos de agudo enfrentamiento entre los sectores populares y la
reacción antinacional ella es absolutamente inviable. Como era inviable en
1945/46 una posición independiente, tercerista o “testimonial” frente a la cruda
disyuntiva de “Braden o Perón”. En aquellas instancias de extrema polarización,
cuando se juegan los intereses populares por todo un largo período, no se puede
ser independiente. Como dijera Engels refiriéndose a la crisis francesa de
1848/1851, hay momentos en que “una nación sólo puede elegir entre las dos
puntas del dilema:¡O esto o lo otro!”. Con mayor razón una corriente política. Y ese
dilema ya se está planteando e instancias decisivas se aproximan. El kirchnerismo,
con todo derecho, podría invocar en esos momentos las palabras de Nuestro
Señor Jesucristo: “El que no está conmigo está en mi contra”
La etapa política que vivimos es favorable a una intervención activa de nuestras
corrientes. Así lo indica un dato que creo no ha sido suficientemente considerado.
Me refiero a la circunstancia criticada por muchos compañeros –incluido yo
mismo- de la participación notoria de varias de nuestras primeras figuras en
distintos ámbitos del gobierno de Cristina, sea como funcionarios o como invitados
a diferentes círculos o eventos. Esto no ocurría durante la etapa anterior del
kirchnerismo, donde el progresismo no-progresista y hasta izquierdistas
dudosamente ex-cipayos tenían una alta participación en varios niveles de la
cultura y nosotros -pese al apoyo generoso que proporcionábamos- éramos
excluidos y vistos con antipatía. Eso comenzó a variar con el nombramiento de
Jorge Coscia y otros compañeros, con la continua invitación a Norberto a
expresarse en diversos medios gráficos y audiovisuales afines al kirchnerismo, con
la participación de Julio Fernández Baraibar en Telam y la Casa del Bicentenario.
Fenómenos parecidos ocurren en Mendoza con la nueva AUN, en San Juan y en
Córdoba. Y deben existir, estoy seguro, otros semejantes que desconozco
¿Debemos considerar estas situaciones como una “entrega” al kirchnerismo? Sería
una mirada superficial y unilateral, que ignora los cambios en la posición y la
voluntad del otro sujeto de la relación: el kirchnerismo, que nos mira cada vez con
mayor simpatía, como si hubiera un cierto proceso de nacionalización de sus
cuadros en desmedro de la progresía pseudoizquierdista. Ciertamente, estos
procesos pueden ser descriptos como de cooptación al kirchnerismo, pero
dialécticamente también muestran la otra faz del asunto: el crecimiento de nuestra
influencia ideológica, que de difusa pasa a ser cada vez más concreta. Marx
escribió que no basta que la idea busque la realidad: es necesario que la realidad
también busque a la idea. Quizá yo exagere, pero diría -sintetizando
metafóricamente- que Página 12 y el Programa 6-7-8 son la avanzada de “la
realidad” que ha comenzado a “buscar la idea” que simboliza circunstancialmente
Galasso, que es nuestra idea, las ideas de todos nosotros, más allá de los matices
de su puesta en práctica. En la etapa anterior, difícilmente Fernández Díaz podría
haber escrito lo que escribió respecto a la ideología de izquierda nacional del
Pingüino en su escandaloso artículo del 29 de Mayo pasado.
Si lo que digo tiene cierta exactitud, entonces ”la Idea” no debe ponerse en dura
frente a la realidad que comienza a buscarla. Ni los portadores de la idea duros
unos frente a otros.

Roberto A. Ferrero
Córdoba, 04 de noviembre de 2010

2 comentarios:

  1. Yo tengo una pregunta, suponiendo que ustedes, socialistas nacionales, y yo, comunista revolucionario (no trosco, no gorila, no sojero) buscamos un mismo fin, la liberacion nacional como primera etapa de la revolucion socialista. Creen ustedes que empujando al Kirchnerismo hacia ese fin, tienen mas probabilidades de lograrlo que construyendolo por afuera del kirchnerismo? Y por afuera del k no me refiero al PO y el trostkismo eh... Digo, el poder del peronismo emanó de los trabajadores y el apoyo popular, no solo con el voto sino con la conviccion y la accion politica de casi toda la clase trabajadora, siendo ese el cimiento del peronismo, creo que por mas que peron haya o no sido contrarevolucionario, el movimiento era indudablemente revolucionario, y debenia naturalmente en la liberacion nacional y social. Ahora, el sustento del poder kirchnerista ha sido, el PJ, la burocracia sindical, monopolios imperialistas de todas las banderas, y la probable superpotencia futura, el imperialismo chino. Ademas de eso, el kirchnerismo cuenta con el apoyo de un sector del campo popular, del pogresismo, y de sectores que no tengo duda en considerar aliados de la revolucion. Pero, piensan ustedes que el empuje del campo popular basta para torcer la hegemonia que las clases dominanten ejercen dentro del movimiento kirchnerista? Piensan que la influencia de "la izquierda nacional" es superior a la del imperialismo chino? que la de mi amada hebe es superior a la de gioja, capitanich, infrans, scioli, curto, otacehe, ishi, etc, etc, etc, etc. Yo sinceramente creo (aunque no soberbiamente, dado que los entiendo, porque he sido cercano a los k por mucho tiempo, en el conflicto agrario por ej) que es mas ingenuo pensar que van a poder, con que pensar que se va a poder desde afuera del kirchnerismo. Yo estaria gustoso de poder construir poder popular por fuera del kirchnerismo, ustedes por dentro, y ver cual llega al exito primero y listo. El problema que hoy por hoy, el mayor obstaculo que nos encontramos para construirlo, es el kirchnerismo, con las policias, con la gendarmeria, con la burocracia, con los pooles sojeros, con el capitalismo de amigos, con la droga, con etc. etc. etc.

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    1. Compañero, Patria y Pueblo no construye poder popular por dentro del kirchnerismo, sino que acompaña algunas medidas del gobierno. Patria y Pueblo es un partido de izquierda que nada tiene que ver con el PJ, es autónomo de esa estructura.En cuanto a los gobernadores e intendentes que nombras, creo que está empezando una fuerte depuración dentro del FPV que está empezando por el lado de Scioli...no creo que le quede mucho tiempo mas en las filas del oficialismo.

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